Ese momento, en el que te despiertas, empapada en sudor
frío, con escalofríos por todo el cuerpo, llorando, aunque casi no te das cuenta
de que lo haces, tras una pesadilla tan real como la lluvia cayendo sobre tu
ventana, te das cuenta, de que el final está más próximo de lo que crees. De
que ha sido un buen año. Un buen año, a su lado. Con ella, toda una verdadera
amiga. Te das cuenta de que puede que se acabe, y no solo su compañía, si no la
de todos aquellos amigos, compañeros, pasillos, mesas, sillas, profesores, que
te han acompañado durante 4 años enteros.
Y mientras tanto, nadie lo sabe, todos te hacen reír, te preguntan,
te abrazan, se hacen fotografías a tu lado, cantan contigo, y no saben, que
esos momentos son los más especiales que pueden regalarte. Y sonríes, con
tristeza, agarrándote el estomago, que se niega en deshacer el nudo que te
oprime la garganta. Que se niega del todo a sacarte carcajadas enteras y
sinceras. Ya se acaba. Y lo sabes.
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