miércoles, 24 de junio de 2015

Intranquilo

Noches intranquilas. Que agobian y son largas. 
'¿Qué ocurre? ¿Qué piensas? ¿Qué necesitas?' Son preguntas que me hago a menudo en un intento por comprender algo de lo que me hace estar tan cansada, ¿de qué? De darlo todo, de tirar del carro sola. Porque  cansa...
Poco a poco intento irme pero no soy así, necesito quedarme y siento rabia porque no todos sean como yo y necesiten quedarse con las mismas ganas con las que empiezo las cosas.

Necesito olvidar. Necesito un botón en mi cabeza que haga que no me preocupe tanto por las cosas, porque el dolor empieza a ser difícil de controlar con un par de pastillas. Pensar mata. Igual que la rutina. Igual que el acostumbrarse a algo o a alguien. Termina siendo el peor veneno que existe. Porque cuando esa rutina cambia, necesitas un tiempo en reponerte y en dejar de sentir esa confusión al encontrarte vacío sin ese día a día que te hacía algunas veces feliz y otras te terminaba cansando. Igual es por eso por lo que mata... Porque el cansancio empieza a comerse a la felicidad y por eso termina cambiando, por eso las cosas acaban. 

martes, 16 de junio de 2015

Microcuento

Yo corría por ti. Tú solo andabas. 
La diferencia era esa. 
Sentíamos de diferentes maneras y no sé si era bueno o malo.

lunes, 15 de junio de 2015

Con las ganas...

Las ganas. 
¿Las ganas? 
Las ganas.
Las ganas que te tengo.
Y la incertidumbre de si te tengo ganada.
Con las ganas de ganar un rato más saboreando momentos que me hacen ganar esas ganas de repetirlo una vez más.
Porque lo que ya hemos vivido es un premio. Un premio por habernos ganado mutuamente. 
Y haber sabido perder la vergüenza y los complejos. 
Y haber sabido perder lo malo que al principio hacía que no pudiéramos dar el paso. 
Qué bien. 
Y que mal tener estas ganas de verte más.

viernes, 5 de junio de 2015

Yellow light

Yo no era quién era. No. Era alto y con los dedos anchos pero largos, moreno de piel y castaño. Pero, ¿dónde estaba? Parecía un callejón, sucio y oscuro, casi tanto como esa noche en la que había decidido salir.  Entonces me pareció escuchar un sollozo, un gemido de dolor, procedente de un montón de basura que rodeaba un contenedor que estaba lleno hasta el borde de porqueria. Me acerqué con precaución y me vi. Era yo. Era quien debía ser. Me asusté y me alejé de ese cuerpo vestido con una ropa casi tan sucia como el propio callejón casi sin prestar atención a la sangre que se escurría por su cara. Por mi cara. Me miré las manos y las tenía manchadas y despellejadas. ¿Había hecho yo aquello? Estaba confuso. Me mareé al pensarlo y me entraron ganas de vomitar, pero me contuve al escuchar unos pasos acercarse. Me giré y antes de darme cuenta estaba cayendo al suelo de un puñetazo. Mi agresor me había partido el labio en ese golpe. Y pronto vinieron más, por todas partes. Patadas. Puñetazos. Arañazos. Y una voz familiar que me gritaba que si ya había aprendido. Me continuó golpeando hasta que la sangre empezó a no dejar que respirase. Entonces paró. Pero no pude ver el rostro a esa persona que me había quitado el aliento de aquella brutal manera. 
Era una mujer. Sí. Una mujer, una chica, familiar.