Hace calor. La cama está ardiendo. Alumbro con el reloj el
suelo y cogiendo unos cojines, los coloco a modo de cama y me tumbo sobre
ellos. Así mejor. Más fresquito. Son las 8 de la mañana. Aún queda tiempo.
Cierro los ojos y me sumerjo en un profundo sueño. En un sueño que normalmente ahuyento
sacudiendo la cabeza.
La puerta se abre, unos pies avanzan por mi pasillo. Sigo
dormida. De repente, algo se sienta sobre mí, en la cama. Y me besa. Y abro los
ojos y me pierdo en los suyos. Y me dejo llevar. Y sigue siendo tan
espectacular como la primera vez. Los besos siguen. Más calientes. Con más
pasión. Con más sentimiento. Nos desnudamos poco a poco, lentamente. Y se
incorpora, me sonríe y me despierto. Empapada en un sudor frío, creyendo que ha
sido todo real.
Empiezo a pensar que no se distinguir entre realidad y
sueños y me asusta creer que siento demasiadas cosas por la persona que
atormenta mis sueños día sí y día también.
¿Las cosas han cambiado? No. No lo creo. Puede que un poco por mi parte. Pero no lo demuestro. Para mi está todo incluso mejor. Echaré de menos algunas cosas. Pero aunque nos separemos en verano, es solo eso. Tiempo. Una estación más. Quiero dejar de tener que sacudir la cabeza para dejar de pensarlo, pero ¿y si pienso tanto en ello por que sigo teniendo esa fe de que puede que pase algo?