Quedaron allí, se sentaron en un banco, hablaron de nada en realidad y pasó el tiempo de tal manera que cuando se quiso dar cuenta, se tenía que ir y que terrible sensación. Según volvía a su casa, ya estaba deseando volver a repetirlo. Pero, Dios, sintió pánico al no saber si esperar o qué, porque lo peor de todo es, que ya se estaba empezando a acostumbrar.
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