La acaricias, la abrazas, la besas suavemente en la mejilla y ahí están los latidos de tu corazón traicioneros haciendo que te des cuenta de los verdaderos sentimientos que tienes hacia ella y que, por mucho que los quieras ocultar, no puedes, porque a cada día, hora, minuto, segundo que pasa, se hace más grande.
Y es irónico pensar que ya te pertenece, que no tienes que tener miedo de perderla porque ahí está. Preciosa. Con esa sonrisa que te enciende.
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