lunes, 26 de diciembre de 2011

Allí.


Allí estábamos todos riendo, bebiendo, inmortalizando cada momento con la cámara digital de aquella amiga, cuyo nombre no recuerdo, supongo que a causa del alcohol, algunos fumaban cachimba en una sala cerrada de la casa y otros bailaban en la pista, mientras alguna que otra chica flirteaba con el Dj que hacia caso omiso a sus comentarios. Salí sin que nadie se diese cuenta de la casa y empecé a andar por el pequeño bosque que  la guardaba a su alrededor mientras la música aún retumbaba en mi cabeza. Caminé mirando tan solo el suelo y aunque estaba oscuro se podía percibir a cada paso la cantidad de hojas que había en el suelo, los cristales de botellas y las colillas de cigarrillos de todas las marcas que mis amigos había fumado un rato antes de que yo saliese. 
“¿Qué haces aquí?” Esa pregunta martilleaba en mi cabeza sin cesar, haciendo que a cada paso me pesasen más los pies, como si les costase despegarse de ese suelo oscuro que rato después guardaria mi cadaver inerte cansado de continuar.
Necesitaba gritar, necesitaba llorar y abrazarla… Pero no estaba, ya no estaba, hacía tiempo que no estaba y yo nunca me quise dar cuenta hasta esa noche, en esa fiesta, allí, aparentemente feliz… Pero no, no lo era, hacía ya algún tiempo que no era feliz y parecerá una bobada que lo diga así pero es la pura verdad. No podía dejar de ahogar mis penas en el alcohol, que parecia que era mi único amigo en esos momentos, acompañante de mis lágrimas ahogadas en el miedo de perderlo todo en tan solo un golpe, certero y eficaz.
Me fui, sin avisar, invisible bajo una capa de tristeza profunda y dolorosa. Me pesaban los años, y mira que eran pocos eh? Ja ja ja, que cobarde fui… Ahora me rio, sí, pero hace algún tiempo que deseaba escribirlo así.
Y allí estaba, muerto, cubierto de sangre, con las venas cortadas con el cristal de una botella. Y de allí me marché, sin echar de menos a nadie más que a ella. Mi amiga bueno, por lo menos lo fue durante dos años y medio.
 Un candado en Roma nos unia, pero nadie nunca sabrá que ese candado ahora, solo reza el nombre de las dos amigas que aun viven.
El dolor, en este caso ganó  a el amor, que acabó conmigo, mientras en mi iPod sonaba “Dame un Grito”, grito que nunca más podré emitir.

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