lunes, 19 de enero de 2015

No te vayas.

Te miró y supo lo que tenía. 
Te besó, agarrándote por la cintura, pegándote mucho a su cuerpo, empujándote contra la pared y con la respiración muy acelerada. Ya había empezado. 
Te desabrochó lentamente, muy lentamente el abrigo y lo apartó de tu cuerpo y después, asomándose al precipicio de tus labios, observó los botones de tu camisa. Y de nuevo, lenta, muy lentamente, te fue desabrochando los botones uno a uno, dejando al descubierto tu pálida piel que se había puesto de gallina al contacto con sus dedos. Continuó besándote cada vez con los nervios más a flor de piel. Ya faltaba el aire en aquella sala. Entonces... La hora. Siempre la hora. Traicionera y caprichosa, destrozando aquel momento. "Me tengo que ir" dijo, separándose de su cuerpo y comenzando a abrocharse la camisa de nuevo. Y después de incontables "no te vayas" y muchos besos que se suponía que eran de despedida, abrieron la puerta y se dijeron adiós. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario